Rescato una entrevista aJulio Anguita, en 1995, con Manuel Campo Vidal, hablando de algo que siempre me
ha parecido lógico por evidente.
Esto se dijo en 1995, pero no se lleven a engaño quienes quieran ver en esto una deificación del señor Anguita. Realmente, en estos tiempos, 1995, hace 18 años, no era solo este señor el que se refería a esto. Eran muchos los que lo decían, incluso en las aulas de economía de alguna que otra facultad. Ese discurso, el de hace hoy 18 años, es el que se oye ahora en telediarios, insisto, 18 años después.
Esto se dijo en 1995, pero no se lleven a engaño quienes quieran ver en esto una deificación del señor Anguita. Realmente, en estos tiempos, 1995, hace 18 años, no era solo este señor el que se refería a esto. Eran muchos los que lo decían, incluso en las aulas de economía de alguna que otra facultad. Ese discurso, el de hace hoy 18 años, es el que se oye ahora en telediarios, insisto, 18 años después.
Lo que me lleva a dos
reflexiones.
La primera es que es esa
época se empezaba a salir de una profunda crisis económica, la del 93, y la
gente no estaba para malas noticias. La economía, pese a que algunos se empeñen
en presentarlo de otra forma, no es una ciencia matemática. 2+2 no siempre son
4. Esto se debe a que es una ciencia social, donde hay un peso considerable del
comportamiento humano, y este no siempre es lógico o esperado, siempre hay un
punto de visceralidad inherente al ser humano.
La gente venía de pasarlo
mal y lo que quería era disfrutar las mieles de la recuperación, respirar,
gastar, vivir. Nadie quería ver las nubes en el horizonte. Nadie pensaba
siquiera en prepararse para una tormenta. De hecho, Europa era vista como una
balsa contra las tormentas, lo que iba a garantizar definitivamente una
estabilidad económica. Los días de vino y rosas estaban a la vuelta de la
esquina, y señores como Anguita (ya digo que no era el único), solo eran
cenizos que no dejaban disfrutar ni del vino ni de las rosas.
Nadie vio nada raro en una
integración a medias. ¿Qué hay de raro o malo ponerle a una mobylette un motor
de una ducatti 500?. Así que se hizo. Le pusimos el motor, pusimos gasolina al
cambiar la moneda y a correr. Y mientras todo fue bien no hubo problemas. Íbamos
en línea recta y sin obstáculos, a 180 km/h con la mobylette, y sin
despeinarnos. Todo perfecto. Los agoreros se equivocaron.
El problema es cuando viene
la curva y hay que reducir velocidad. De repente nos damos cuenta del error de
una integración a medias. Los frenos siguen siendo los de la mobylette, pero
hemos cortado el cable del freno delantero (ya no tenemos política monetaria) y
sólo nos queda el trasero, que frena, pero menos ( la política fiscal).
Pero resulta que el freno
estaba pensado y preparado para la potencia del motor original, y aquello no
frena. La solución que dan los mecánicos es, al llegar a la curva, intentar
tumbar más la moto para cogerla (es decir, recortes a la desesperada, no solo
en el gasto público, sino en la estructura misma de los servicios estatales,
modificando cuanto se presta y a quien se presta). Pero si tumbamos más la moto
nos vamos al suelo, y entonces maldecimos el día en que no cambiamos también los
frenos a la moto, el día que no hicimos la integración total, el día en que no
se establecieron mecanismos fiscales de solidaridad entre países.
Hay un grupo de economistas
que optan por volver a la mobylette antigua, salir del euro, a esa moto pequeña
que manejamos bien.
Hay otro grupo que dice que
no, que intentemos aguantar en la moto como sea, que una vez pasada la curva
volveremos a tirar como locos.
Y la sociedad empieza a
tener un miedo fundamentado y mira de reojo el asfalto diciendo virgencita que
me quede como estoy.
¿Qué pasará?, ¿seguiremos en
Europa y descarrilará, pasaremos la curva después de los apuros, cambiaremos de
moto?, y si pasamos, ¿cómo quedará nuestro cuerpo de tanto roce con el asfalto
de tanto tumbar?. Y aunque pasemos la curva: ¿Habrá valido la pena el
intento? ¿Qué pasará en la siguiente curva?
Los economistas y políticos contestan
a estas preguntas sin ningún tipo de dudas, tanto los de un lado como los del
otro, pero en el fondo no lo saben, porque, básicamente, no son adivinos. Se lo
juegan todo a una carta, y cuando digo todo me refiero a las personas que están
encima de la moto, por una simple creencia.
La segunda reflexión es que
esto pasó hace 18 años. Pero los políticos tienen un horizonte temporal de 4,
las próximas elecciones. Podría apostarme sin temor a equivocarme, que los dos
últimos años, más o menos, del PP se regirán por una política y lenguaje
totalmente distinto. Abrazarán el keynesianismo con voraz apetito, se intervendrá
directamente en la economía, aún a costa del sacrosanto déficit, se bajarán los
impuestos….. porque es lo que interesa para ganar las próximas elecciones, y
eso no se hace con un paro del 28%.
De Anguita me gustaban unas
cosas y estaba en desacuerdo con muchas otras, como de casi todos. Pero siempre
admiré a ese hombre. Nunca pensó con un horizonte temporal de 4 años, como los
miembros de su propio partido se encargaron de afearle. Tenía unas ideas
firmes, que jamás ocultó, fue consecuente con ellas, incluso en su vida
personal, no sacó provecho personal de la política más allá del legítimo, y a
veces ni eso ya que renunció a la pensión vitalicia. Nadie, ni sus mayores
enemigos, podrá negarle una cosa, fue consecuente con lo que pensaba, miró a
España hacia el futuro y no hacia los próximos 4 años y dejó que los votantes
dejasen que expresasen su acuerdo o desacuerdo con sus ideas, que es más de lo
que se puede decir de muchos políticos de hoy, incluidos los cientos de
imputados, los de los eres, itvs y los que cobran indemnizaciones en diferido
como una especie de….como una simulaci…como lo que antes era, efectivamente,
una ……retribución
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